Corría mediados del año 157 a.C. cuando una legación del Senado de Roma acudió a Cartago para mediar en uno de sus continuos litigios con el vecino y engorroso reino de Numidia, principal beneficiario del tratado draconiano que Aníbal tuvo que firmar para concluir la Segunda Guerra Púnica. La negociación no tuvo mucho éxito, pues el viejo rey Masinisa siempre quería más, pero lo que le impactó al cabecilla de aquellos nobles emisarios, el anciano Marco Porcio Catón, fue el esplendor comercial que de nuevo emanaba de la eterna enemiga. Había pasado medio siglo desde que los púnicos habían sido derrotados en el páramo de Zama y la indemnización de guerra ya había sido pagada. Los negocios iban tan bien que incluso Cartago habría podido liquidar de golpe tan gran pago años atrás, pero el Senado no quiso aceptar la cancelación anticipada ya que tenían el objetivo de que los Sufetes siguiesen recordando amargamente por qué la pagaban.
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